Sus pies rebasaban las sandalias y caían como masa de torta cruda por la cuadra. Los transeúntes miraban asombrados la escena, algunos -discretos- continuaban con sus rutas como quien pide un deseo a la virgen y espera respuesta, mientras que los más solidarios trababan de recoger con sus manos los chorreantes y acalorados pies con la esperanza de colocarlos nuevamente dentro de las sandalias.
Esta solución, aunque coherente, era tan poco práctica como un obsesivo compulsivo en días de crisis, pues, incluso luego de los innumerables intentos de acumulación: los pies seguían dispersos.
Después de varios cientos de segundos, de entre la multitud, una gorda y muy coqueta señora levanto el tono de voz pidiendo espacio: “Yo tengo experiencia en estas cosas - dijo- algo similar le pasó al primo del hijo de mi tía, o sea a mi hermano, y tuve que convivir 317 minutos con su estado de pies desechos para luego fundirlos, lo primero que debemos hacer es encontrar un recipiente con forma de pata donde vaciarlo, usted señor, páseme su zapato que cae perfecto con el tamaño del de la señorita”.
Mientras cual cenicienta el señor se despojaba los zapatos, en los bancos de las esquinas, las parejas que minutos antes intercambiaban fluidos y bellas palabras de amor posaban su admiración en la gorda y coqueta mujer, quien tras haber vaciado los pies en el zapato del señor cabezón (tal como lo hubiera hecho años antes con el del primo del hijo de su tía), tramaba como fundirlos para que calcen.
- Necesitamos fósforos para calentar el zapato, de otra manera el pie no podrá volver a su estado de pie y uñas y callos y pasos por las veredas- dijo la mujer.
Mientras discutían sobre quién debía dar los fósforos, y quién el zapato más acorde con la talla de la muchacha, está empezaba a salir del estado de pérdida de conciencia en el que se había encontrado minutos antes; y lentamente volteaba, viendo al conglomerado de gente que la rodeaba discutiendo sobre fogatas y fósforos, y se percataba nuevamente de su estado de derretimiento podal, todo era confuso, no entendía por que la rodeaban, cogio lentamente el control y apreto -aun adormitada- el botoncito rojo.
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